Capítulo Trece
¿Por qué hay división?
De una manera u
otra, en nuestro modo de pensar, muchos hemos abrazado erróneamente la idea de
que cuando Dios se mueve, la paz y la tranquilidad prevalecen. Este concepto
fue expresado concisamente en una transmisión de radio cuando un ministro lo
explicó así:
“Frecuentemente
nos confundimos cuando se trata de definir un movimiento de Dios. Pensamos que
cualquier tipo de confusión indica que todo el asunto es de Satanás. Nada
podría estar más lejos de la verdad. Cuando Dios se mueve siempre se altera el
equilibrio del statu quo. Por un período de tiempo parece suscitar caos en las
metódicas vidas e iglesias. Los conformistas, los satisfechos y complacidos de
sí mismos se molestan grandemente. Se cita que "Dios no es Dios de
confusión, sino de paz". Esto es cierto, pero esta paz se hallará
solamente en la Iglesia. En el mundo, así como en la iglesia "meramente
profesante", se halla confusión y toda mala obra. Cuando Dios se mueve se
altera todo lo carnal, lo egoísta y lo diabólico.”
El capítulo
catorce de Hechos nos cuenta de un movimiento de Dios. Tuvo lugar en Iconio, y
los evangelistas fueron Pablo y Bernabé. Lo que sucedió no fue sólo un caso
aislado; tales eventos parecen haber sido la norma dondequiera que Pablo y
Bernabé predicaban. Al llegar a Iconio desde Antioquía en Pisidia, presenciaron
la misma clase de confusión que había ocurrido en los otros lugares.
Hechos
14:1:
Aconteció
en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal
manera que creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos.
Hubo una gran
cantidad de judíos y gentiles que se volvieron hacia Dios, pero no todo era
dulzura y luz.
Hechos
14:2:
Mas
los judíos que no creían excitaron y corrompieron los ánimos de los gentiles
contra los hermanos.
¿Impidió la
actitud de los incrédulos que Pablo y Bernabé siguieran ministrando? De ninguna
manera.
Hechos
14:3:
Por
tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el
Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se
hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.
¿Cómo podían
dejar de predicar cuando Dios seguía haciendo grandes señales y prodigios bajo
su ministerio? Pero a pesar de estas maravillas de gracia, había aquellos que
no querían creer.
Hechos
14:4:
Y
la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con
los apóstoles.
Aquí había
división y confusión. No sólo un hogar o una iglesia estaba dividida, sino una
ciudad entera. La tensión no disminuyó, sino que empeoró.
Hechos
14:5:
...los
judíos y los gentiles, juntamente con sus gobernantes, se lanzaron a
afrentarlos y apedrearlos.
Aquí había
disturbios y violencia.
Algunos dirán:
"Seguro que si esto fuera de Dios, todo esto no hubiera ocurrido".
Sin embargo eso fue lo que ocurrió y lo que todavía ocurre cuando se enseña la
verdad. Las potestades de las tinieblas, aunque ataviadas religiosamente, lucharán.
El mal siempre tiene que ser expuesto y destruido cuandoquiera y dondequiera
que suceda un despertar espiritual.
No fueron los
disturbios, sino las señales y los prodigios que acompañaron a Pablo y Bernabé
los que dieron testimonio al hecho de que Dios los había llamado y de que ellos
en verdad llevaban a cabo el movimiento de Dios. Las señales siguen a aquellos
enviados por el Señor. Ellos hablan nuevas lenguas. Ellos echan fuera demonios
en su nombre. Cuando hombres de Dios le imponen las manos a los enfermos, éstos
se levantan sanados pues con Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación”. El
responde a las necesidades constantemente.
Estos santos de
Dios, Pablo y Bernabé, a duras penas escaparon de Iconio con vida, pero
continuaron hasta Listra y Derbe. En Listra la gente quiso hacer dioses de
Pablo y Bernabé, y apenas se podía contener al sacerdote de Júpiter para que no
les ofreciera sacrificios. Pero Pablo y su acompañante no permitieron ninguna
de estas actividades. Ellos intervinieron entre estos idólatras y lograron
detener todo el procedimiento. De hecho, Pablo y Bernabé lo lograron con tanto
éxito que la corriente se volvió en contra de ellos y en poco tiempo la gente
atacó y apedreó a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad pensando que estaba
muerto.
La cantidad de
nosotros a los cuales les gustaría formar parte de tal clase de movimiento
probablemente es infinitesimal, y sin embargo éste era un movimiento de Dios.
Son muchas las experiencias de este tipo que se podrían relatar tanto de los
días de los apóstoles como de ahí en adelante.
Los Lolardos --reformadores
organizados por Wycliffe en el siglo catorce-- fueron instruidos a “salir y
predicar a los pobres en su propia lengua, trabajando en armonía con el clero
si ellos les permitían hacerlo, pero en contra o independientemente de ellos si
les eran hostiles”.
Los líderes de
los movimientos espirituales en la Iglesia siempre han sido ridiculizados y
calumniados. El elemento de confusión en toda la situación es que es la gente
religiosa, aquellos que son profundamente sinceros, los que causan la división.
El mundo parece mostrar poco interés inicial con respecto a un movimiento de
Dios y prácticamente no le presta la menor atención. Como lo señala Hechos 7,
son los del elemento religioso quienes son los perseguidores y quienes ponen
resistencia.
Hechos
7:51,52:
¡Duros
de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al
Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.
¿A
cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que
anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido
entregadores y matadores.
Los fariseos no
quisieron aceptar a Jesús como el Cristo. Los judíos sublevaron a la multitud
en contra de Pablo y Bernabé. La gente religiosa de la época apedreó a Esteban.
La división siempre frustra los esfuerzos cristianos.
Que Dios nos
libre a nosotros, la Iglesia, de ser contenciosos y difíciles, de calumniar a
nuestros hermanos, de reñir y pelear, de dividir el Cuerpo de Cristo por
nuestra falta de claro entendimiento. Hay demasiada división fuera de la
Iglesia; nuestra solidaridad es imperativa para que nos dé fuerza para avanzar
a pesar de la oposición. Que el Padre en el cielo, por amor al Hijo unigénito,
nos bendiga con tal abundancia que dejemos de ser parte del problema y nos
hagamos parte de la solución. Que nosotros como miembros del Cuerpo de Cristo
estemos tan llenos de amor que seamos dóciles para aprender y tengamos nuestros
corazones abiertos a Su Santa Palabra. Y que recibamos de El y llevemos esa
bendición a todos los que encontremos, para que nos vean y sepan que somos
Suyos.
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